Te mueves en ondas.
Como las olas.
Mojas.
Igual que esas olas
y dejas sensaciones
igual que esas ondas.
cuentos para llegar, leer en un minuto y largarse... te queda la vida para pensar y crear el tuyo.
*todos los cuentos son originales del autor del blog, y tienen derechos de autor.
*todos los cuentos son originales del autor del blog, y tienen derechos de autor.
martes, 11 de octubre de 2011
miércoles, 5 de octubre de 2011
El Gran Dísimo y los malabares
El público había enmudecido. El Gran Dísimo ofreció en medio de la pista hacer malabares con diez bolas, y luego de la sexta cesó la algarabía del público.
Dejaron de gritar -Eeehhh!! con cada nueva bola que empezaba a circular entre sus manos y el aire, a girar y girar.
Nunca nadie pasó de seis bolas, y tomando en cuenta que el mundo de los payasos es un mundo arriesgado, el ver que la séptima bola no cayó al piso cambió todo el contexto de fiesta que había en la carpa del circo.
La realidad de ver ahora ocho bolas saltando en las manos casi invisibles -por la velocidad- de El Gran Dísimo, a parte de enmudecer a todo el pueblo, público que pagó completitos sus setenta y cinco centavos por ingresar a la carpa, los trajo a esa cruda realidad de estar sentados en una fria y dura banqueta de circo, apretujados con personas a las que ni siquiera se acercarían en la vida real, oliendo el húmedo aserrín mezclado con estiercol de los ponys, casi sin percibirlo concientemente.
Y es que las luces y esa música de acordeones y tambores desubican la realidad de cualquiera.
Ahora, años después, al evocarlo, el viejo del pueblo quien en aquella época no era tan viejo, cree que luego de ver esa novena bola saltar al aire y mantenerse girando cambió para siempre la ideología de la gente. El pueblo nunca sería el mismo.
Por la cara que tenía, era claro que ni el mismo Gran Dísimo creía lo que estaba pasando. Gordas gotas de sudor corrian su blanca máscara de payaso, dejando líneas de color piel a su paso.
Parece que el mundo se detuvo en el momento que solo pensó en poner en su juego de malabares la décima y última bola. Supo concientemente, como si el que manejaba las bolas en ese momento fuera solo un robot y él un espectador sentado cómodamente dentro de su cabeza, que el momento que la décima bola diera una vuelta completa junto a las otras nueve, él pasaría a la historia.
El Gran Dísimo. El único en el mundo que pudo hacer girar diez bolas haciendo malabares.
Y es que habian teórías científicas que comprobaban que tal hazaña era imposible.
Las damas de sociedad del pueblucho habian dejado de abanicar sus abanicos. Los ilustres poetas pobres habian dejado de pensar sus pensamientos. Los enamorados de manito sudada habian dejado de sentir sus sentimientos. Todos con los ojos como platos miraban como las bolas mágicamente se mantenian girando en el aire, entre las manos del payaso.
Con un diestro movimiento de su pie enfundado en un viejo zapato rojo de payaso, elevó la décima bola, que a la velocidad normal empezó a describir una parabola, hacia las manos ágiles de El Gran Dísimo.
Las otras bolas solo se desviaron lo justo para permitir que la nueva entrara en el juego. Todo estaba controlado por el maestro de los malabares, ese que las mañanas vendía tomates y los jueves en la noche divertia a todos.
Justamente en el momento en que la décima bola entró al ruedo de los malabares, algo se quebró en el universo.
No fue el grito de una persona el que lo causó (como muchas veces se ve en las novelas clásicas y antiguas).
Algo cambió. Algo se alteró.
Todo paró.
Si pudieras regresar a ese momento, verías las diez bolas suspendidas en un circulo en el aire, sobre las manos de El Gran Dísimo. Verías a las gordas señoras con sus pestañas cargadas de rimmel abriendo su boca. Verías a los niños dejando caer sus bolsitas de maiz tostado. Verías a los otros payasos en medio de la carrera hacia la pista para no perderse la hazaña. Verías una gota de blanco sudor cayendo de la mejilla del famoso payaso.
Y si, todo se detuvo, y para siempre. Toda esa gente del pueblo quedó suspendida en el tiempo y el espacio.
Y es que como dije antes, era una ley científicamente comprobada.
No se puede hacer girar diez bolas al mismo tiempo en un juego de malabares.
Mantuvieron a la gente del circo en ese estado de suspención como espectáculo un tiempo. Luego se los llevaron a no se donde.
El pueblucho desapareció con el tiempo, creo que estaba donde ahora funciona el nuevo parque de estacionamiento del sur. A la gente a la final la olvidaron.
El único que quedó fue el que ahora se dice a si mismo "El viejo del pueblo" y cuenta la historia de "El Gran Dísimo y sus malabares".
Aunque cuando él la cuenta, es la historia de "Como desapareció ese pueblo de mierda".
Y es que esa noche -la única- nadie lo invitó al circo.
.
Dejaron de gritar -Eeehhh!! con cada nueva bola que empezaba a circular entre sus manos y el aire, a girar y girar.
Nunca nadie pasó de seis bolas, y tomando en cuenta que el mundo de los payasos es un mundo arriesgado, el ver que la séptima bola no cayó al piso cambió todo el contexto de fiesta que había en la carpa del circo.
La realidad de ver ahora ocho bolas saltando en las manos casi invisibles -por la velocidad- de El Gran Dísimo, a parte de enmudecer a todo el pueblo, público que pagó completitos sus setenta y cinco centavos por ingresar a la carpa, los trajo a esa cruda realidad de estar sentados en una fria y dura banqueta de circo, apretujados con personas a las que ni siquiera se acercarían en la vida real, oliendo el húmedo aserrín mezclado con estiercol de los ponys, casi sin percibirlo concientemente.
Y es que las luces y esa música de acordeones y tambores desubican la realidad de cualquiera.
Ahora, años después, al evocarlo, el viejo del pueblo quien en aquella época no era tan viejo, cree que luego de ver esa novena bola saltar al aire y mantenerse girando cambió para siempre la ideología de la gente. El pueblo nunca sería el mismo.
Por la cara que tenía, era claro que ni el mismo Gran Dísimo creía lo que estaba pasando. Gordas gotas de sudor corrian su blanca máscara de payaso, dejando líneas de color piel a su paso.
Parece que el mundo se detuvo en el momento que solo pensó en poner en su juego de malabares la décima y última bola. Supo concientemente, como si el que manejaba las bolas en ese momento fuera solo un robot y él un espectador sentado cómodamente dentro de su cabeza, que el momento que la décima bola diera una vuelta completa junto a las otras nueve, él pasaría a la historia.
El Gran Dísimo. El único en el mundo que pudo hacer girar diez bolas haciendo malabares.
Y es que habian teórías científicas que comprobaban que tal hazaña era imposible.
Las damas de sociedad del pueblucho habian dejado de abanicar sus abanicos. Los ilustres poetas pobres habian dejado de pensar sus pensamientos. Los enamorados de manito sudada habian dejado de sentir sus sentimientos. Todos con los ojos como platos miraban como las bolas mágicamente se mantenian girando en el aire, entre las manos del payaso.
Con un diestro movimiento de su pie enfundado en un viejo zapato rojo de payaso, elevó la décima bola, que a la velocidad normal empezó a describir una parabola, hacia las manos ágiles de El Gran Dísimo.
Las otras bolas solo se desviaron lo justo para permitir que la nueva entrara en el juego. Todo estaba controlado por el maestro de los malabares, ese que las mañanas vendía tomates y los jueves en la noche divertia a todos.
Justamente en el momento en que la décima bola entró al ruedo de los malabares, algo se quebró en el universo.
No fue el grito de una persona el que lo causó (como muchas veces se ve en las novelas clásicas y antiguas).
Algo cambió. Algo se alteró.
Todo paró.
Si pudieras regresar a ese momento, verías las diez bolas suspendidas en un circulo en el aire, sobre las manos de El Gran Dísimo. Verías a las gordas señoras con sus pestañas cargadas de rimmel abriendo su boca. Verías a los niños dejando caer sus bolsitas de maiz tostado. Verías a los otros payasos en medio de la carrera hacia la pista para no perderse la hazaña. Verías una gota de blanco sudor cayendo de la mejilla del famoso payaso.
Y si, todo se detuvo, y para siempre. Toda esa gente del pueblo quedó suspendida en el tiempo y el espacio.
Y es que como dije antes, era una ley científicamente comprobada.
No se puede hacer girar diez bolas al mismo tiempo en un juego de malabares.
Mantuvieron a la gente del circo en ese estado de suspención como espectáculo un tiempo. Luego se los llevaron a no se donde.
El pueblucho desapareció con el tiempo, creo que estaba donde ahora funciona el nuevo parque de estacionamiento del sur. A la gente a la final la olvidaron.
El único que quedó fue el que ahora se dice a si mismo "El viejo del pueblo" y cuenta la historia de "El Gran Dísimo y sus malabares".
Aunque cuando él la cuenta, es la historia de "Como desapareció ese pueblo de mierda".
Y es que esa noche -la única- nadie lo invitó al circo.
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El largo camino entre el aquí y el allá
- Disculpa, no te oí.
Pero si no dije nada!
- Por eso.
Nota.- la profundidad de este diálogo me pone ansioso.
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Pero si no dije nada!
- Por eso.
Nota.- la profundidad de este diálogo me pone ansioso.
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